POR JIMENA SOL ANCIN
Hace casi un año trabaje para un programa nacional como capacitadora de adultos desde 25 años en adelante. En su mayoría todos ellos y todas ellas tenían más de 35 años. El primer día del taller (“Empleabilidad y trabajo independiente”) que dictábamos escribí con letras grandes en el pizarrón: DESOCUPADO y espere que los asistentes pregunten o reaccionen ante tal palabra, para mi sorpresa una señora colorada de lindo rulos contesto: “para mi esa palabra es una agresión, nos discrimina”.
Ese fue el comienzo de una gran búsqueda que marco el devenir de los encuentros. Y hoy también define este artículo.
En ese mismo primer acercamiento, y luego de una escueta discusión si era o no una agresión categorizar a alguien como desocupado, comenzamos con un ejercicio para conocernos. Usando una dinámica del todo conocida nos presentamos una a uno en ronda. En casi todas las presentaciones personales había algo que se repetía en respuesta a la pregunta: ¿qué haces?, ¿de que trabajas? Mal o bien formuladas las consignas las participantes de ese encuentro no podían identificar en primera instancia que hacían para vivir o al menos no lo significaban como trabajo.
Un hombre de cara curtida por el sol después de varias y varias preguntas que sólo obtenían como respuesta su falta de empleo, su desocupación y los planes nacionales que tenía y tramites que debía hacer para mantener a su hijo y enviarlo al colegio al quedar sólo con él, pudo contarnos a todos/as los/as presentes que era pescador, que eso hacia la gran parte de su tiempo. No conocía otra actividad que le gustara tanto como pescar pero que ella muchas veces no llenaba las necesidades ni el estómago de su niño o el de él mismo.
De otras personas que participaban del encuentro obtuvimos lo mismo, empezaban el relato diciendo no tengo trabajo hace X tiempo, no hago nada…. Sólo bastaban unas cuantas preguntas para descubrir que en ese espacio se encontraban diversos oficios, un herrero artesanal, un electricista, un albañil, costureras y diseñadoras, revendedoras/es polirubristas/os, una esteticista, otra manicura, un pescador, un artesano y vendedor de libros, una peluquera, una mama de 9 hijos, varias empleadas domésticas, algunas cocineras y otras reposteras. Todos estos eran oficios que se practicaban a diario, que llevaban el pan a la mesa y organizaban los tiempos de estas personas que en un inicio decían NO HACER NADA.
A lo largo del taller intentamos por medio de dinámica, reflexiones y charlas que ellos y ellas, los y las protagonistas reconocieran el trabajo no menor que hacían a diario. Claro está que no nos olvidábamos de reconocer el malestar que a muchos les provocaba trabajar en negro y la irregularidad que ello significa. Otros reconocían que si se organizaban mejor o teniendo la posibilidad de una ayuda técnica podrían hacer de su actividad diaria un trabajo en el cual se sientan dignificados. Otros comenzaron a ver la posibilidad de dejar de hacer todo solos.
A lo largo de 16 encuentros se conocieron y reconocieron en el otro, lograron visualizar su contexto, el más cercano pero también el que parece más lejano, que es el contexto del globo. Se pensaron como sujetos necesitados pero principalmente como seres capacitados, para desarrollar, pensar y también pedir ayuda.
Esta es mi evaluación de esos espacios con más de 50 personas adultas. Pero, ¿qué hice yo para que eso ocurra?: primero reconocer que aprendería mucho más de lo que enseñaría, segundo que este programa que es para REinsertarlas/os al mercado laboral estaba errado para mí, ya que empezar por los que demandan un trabajo y venden su fuerza de trabajo no cambia la reglas en el mercado que sólo quiere –a partir de sus medidas de eficiencia y competitividad- personas jóvenes, sin hijos, sin problemas físicos y especialmente sin problemas en general. Sin embargo, las personas con las que trataba eran reales y yo lo descubrí al verme llorando a la vuelta del primer encuentro, pensando que no podría sumar nada en las vidas de estas personas.
Pero de modo intuitivo, por sensibilidad o quizás formación llegue ese mismo primer día a la conclusión de que haría todo lo que estuviera a mi alcance esos 16 encuentros para que estos, los y las protagonistas se conocieran y reconocieran como trabajadores ocupados, como personas que necesitan de su trabajo para vivir y que autodefinirse como desocupado era estarse significando muertos.
Finalmente, hoy un año después puedo poner esto en palabras, puedo contar que me obsesionan sociológicamente el sentido de las palabras como esta: desocupación. Y puedo contar además, hoy, con más herramientas para analizar esto, puedo ver que es el sistema, global y local y sus relaciones de fuerza que nos impone, a partir de sus enseñanzas formales e informales, creer que somos ocupados cuando trabajamos en relación de dependencia o por cuenta propia con “todas la de la ley”, pero que si intensamente todos los días hacemos pan y salimos a venderlo por la calle, u ofrecemos nuestros servicios como manicura, o no esperamos que vengan a encargar sino que ofrecemos nuestros productos de herrería, o simple y profundamente cocinamos, planchamos, limpiamos y amamos a 9 hijos que esperan el pan en la mesa, somos sin lugar a dudas TRABAJADORES Y TRABAJADORAS Y ESTAMOS OCUPADOS Y OCUPADAS.
Por esto propongo erradicar las palabras que nos agreden, hoy digo adiós, chau, hasta nunca, fuera de aquí a la palabra DESOCUPADO.
Y digo GRACIAS y MUCHO GUSTO a ustedes, adultos con nombres propios que me han enseñado, ojala la vida vuelva a cruzarnos.
--- quedará para una próxima publicación la discusión EMPLEO/TRABAJO y DESEMPLEADO/EMPLEADO ----------
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